domingo, 30 de diciembre de 2007

6.- Epílogo

Intentando buscar alguna luz al tema que intitulaba este escrito, hemos llegado más o menos a la conclusión de que el papel de la racionalidad en la ética no es tan crucial como la historia de la filosofía (o al menos parte de ella) ha querido hacernos ver; y esto es así al menos en dos sentidos:

1.- No es fundamental para llevar a cabo acciones (o conductas) morales.

2.- No es fundamental como base o razón última de la ética (como fundamento).

El papel de la racionalidad en la ética se limita a la provisión de un medio auxiliar lógico de apoyo para la toma de decisiones del individuo (o colectivo) consciente, para lograr el mejor fin con los mejores medios, aunque no siempre; o bien como medio para entablar una acción dialógica o retórica, es decir, un debate con otro u otros (o entre colectivos) para intentar un acuerdo -o no, se puede dialogar por el mero placer de debatir sobre un tema. Es perfectamente posible llevar a cabo acciones morales sin racionalidad, de modo inconsciente o involuntario, sin haber reflexionado en absoluto, y sin haber establecido un diálogo con otros sujetos o grupos.

La racionalidad no puede ser el fundamento de la ética porque esta racionalidad es un producto tardío dentro de nuestra evolución como individuos (ontegénesis), y porque, además, aunque careciésemos de racionalidad, incluso de lenguaje (articulado o cualquier otro tipo, como gestual, por ejemplo) seguiríamos siendo animales éticos o morales (filogénesis).

En cualquier caso, a pesar de lo dicho, hemos de repetir que resulta inviable escindir en dos la racionalidad y la emocionalidad[1] humanas, haciendo de la primera una habilidad separada del resto del ser humano y por añadidura responsable y capaz de hacer frente a todos los problemas que se le plantean durante su existencia. Nunca se produce una racionalización de ningún asunto o sobre un tema sin que haya implicaciones emocionales en juego; siendo cierto lo contrario, es decir, que un hombre pueda sentir una emoción (o un sentimiento, que es algo más complejo pero en cualquier caso, hablamos de sucesos plenamente animales) separada de un proceso de razonamiento. Vamos que, si mantenemos en vigor la vetusta definición del ser humano como “animal racional” es claro que podemos hacerlo con bastante uso de razón, pero siempre apostillando, al menos según yo lo veo, que, de acuerdo, somos animales racionales, pero ojo, antes que “racionales” somos “animales” (y a veces mucho por cierto); de hecho, si nos fijamos, siempre anteponemos la palabra animal en esta clásica definición.

En un clásico y brillante trabajo,[2] uno de nuestros más reputados filósofos -Jesús Mosterín- además de analizar con la claridad y serenidad que a un profesional de nuestra disciplina corresponde, los diferentes caminos y vericuetos por los que transita nuestra racionalidad, llega un momento en que cierto apasionamiento (¡ay! las pasiones, las emociones, siempre por en medio) le lleva a defender con entusiasmo[3] la racionalización del mundo, la racionalización del todo:

“El remedio racional a la enfermedad de nuestra cultura es homeopático: los males ¿? producidos por la intromisión del proceso científicotécnico en áreas dejadas hasta ahora en manos de la naturaleza o la tradición sólo se curan con más progreso científicotécnico y con más intromisión de otras áreas.”[4]

“Sacarlo todo de la penumbra, racionalizarlo todo: he aquí la revolución cultural que necesitamos”.[5]

A lo largo de todo este escrito hemos pretendido demostrar, en cierto modo, justamente lo contrario de esto. Es cierto que un mayor esfuerzo por racionalizar los asuntos que tenemos entre manos tanto los hombres como las mujeres que poblamos este planeta nos reportará a todos un mayor beneficio y bienestar entendidos en un sentido muy amplio (mayor felicidad vamos). Pero igualmente, sería bueno que permitiésemos a nuestro modesto ser comportarse irracionalmente de vez en cuando y no dejarlo todo en manos de la fría y adusta racionalidad. Si un niño se está ahogando en el mar me alegraré de que alguien o yo mismo “irracionalmente” nos arrojemos al mar con el fin de salvar su vida, sin haber puesto en marcha en nuestro cerebro ni el más mínimo silogismo lógico.

Pero aún propondría algo más; dejaría que la racionalidad (perfecta, calculista) no interfiriera en determinados asuntos. Cuando pretendamos tener una cita romántica, por poner un ejemplo, dejemos de lado los racionalismos y demás cálculos que pueden acabar con la magia del momento y lo que sería aún peor, dejarnos sin comer una rosca para siempre. Uno puede presentarse en casa de una dama y mostrarle un folio de papel con un horario perfectamente racionalizado que incluya entradas como “20:30 h: saludos y bienvenida”, “20:45 h: entrega de regalos”, “21:15 h cena con velas y conversación relajada”, “22:00 h: besos (unos pocos al principio unos 10 hasta ir aumentando la frecuencia y cantidad e ir preparando el acto sexual”, “22:15 h: hacemos el amor”, “23:00 h: cigarrillo (si somos fumadores claro) e ir preparando despedida”.... Es muy posible[6], que, lejos de alabar el estupendo programa de nuestro amante racionalista, la dama agasajada con semejante propuesta, le mandara a hacer gárgaras y no volviese a verlo nunca más.

Así pues, y para concluir, lancemos un último mensaje; reconciliémonos con nuestro cuerpo y nuestra animalidad; dejemos a la naturaleza y a la tradición aquellas tareas en donde han mostrado ser valiosos aliados nuestros; y dejemos a la racionalidad, o a la ciencia, bregar en aquellos campos de honor, en aquellas batallas en donde de verdad han sido y todavía son útiles y necesarios, y procuremos, por supuesto, ser felices todos tanto en un caso como en otro.




[1] El programa en que escribo este trabajo persiste en señalar en rojo esta palabra, de lo cual deduzco que debo haber introducido un neologismo. Espero que, en aras de la filosofía, los señores académicos de la lengua sepan disculpar...
[2] Jesús Mosterín Racionalidad y acción humana Ed. Alianza 1987.
[3] Pregunto yo: ¿hemos de defender la racionalidad con entusiasmo, con emoción? ¿no debería bastarnos la propia racionalidad para defenderse a sí misma?. Cualquier propuesta racionalista debería esforzarse por contestar esta nada trivial cuestión.
[4] Op. Cit pág 66.
[5] Op. Cit pág 68.
[6] Yo no soy mujer, pero, si lo fuese, a no dudar que nunca permitiría un cita con un racionalista acérrimo de este tipo, al que seguro que nunca llamaría así, sino quizás cosas como “bruto” o “insensible”.

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